44

Cuando ya los enemigos desmayaban y cedían, de tal modo los engrió esta victoria, y hasta tal punto despreciaron a los Romanos, que aun por la noche se acercaron a su campamento, esperando saquear de un momento a otro sus tiendas vacías y sus equipajes abandonados. A la mañana se reunieron en mucho mayor número, pues se dice que no bajaban de cuarenta mil caballos, enviando el rey hasta los de su guardia, como a una victoria cierta y segura, pues él en persona no se encontró en ninguna batalla. Queriendo Antonio hablar a los soldados, pidió la toga de duelo para comparecer a sus ojos en estado más abatido; pero habiéndose opuesto a ello sus amigos, les arengó con el mando de general, alabando y aplaudiendo a los vencedores e improperando a los fugitivos, a lo que contestaron los primeros dándoles nuevas seguridades e inspirándole mayor confianza, y los segundos excusándose y ofreciéndose a que si quería los diezmase o los castigase de cualquier otra manera, no queriendo otra cosa sino que dejara de estar triste y desconsolado. Entonces, tendiendo al cielo las manos, hizo a los dioses la plegaria de que si por su anterior prosperidad tenían resuelto tomar alguna, venganza, toda recayera sobre él, dando al ejército salud y la victoria.

Share on Twitter Share on Facebook