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Dicho esto, se retiró. Antonio, encontrándose en gran perplejidad y confusión, hizo llamar a sus amigos y al árabe que le servía de guía, el cual pensaba de aquella misma manera; pues aun sin enemigos, sabía que aquellas llanuras carecían de senda cierta, y eran muy expuestas a perderse y andar errantes en ellas, mientras que el atajo no ofrecía otra dificultad que la de haber de carecer de agua por una jornada. Mudando, pues, de propósito, marchó por este camino en aquella misma noche, mandando que se proveyesen de agua. Faltábanles a muchos vasijas, por lo que llenaron de agua los morriones, y algunos hasta la tomaron en las pieles con que se cubrían. Cuando ya estaban en marcha, tuvieron de ello aviso los Partos, y, contra su costumbre, se pusieron a perseguirlos de noche, y al salir el sol alcanzaron a los últimos, que se hallaban muy mal parados con la vigilia y la fatiga, pues habían andado en aquella noche doscientos cuarenta estadios; así, tanto por esto como por el aparecimiento repentino de los enemigos, cayeron en gran desmayo, y el combate mismo contribuía a acrecentar la sed, porque sobre la marcha misma tenían que defenderse. Los que iban de vanguardia llegaron a un río de agua abundante y fresca, pero salada y dañosa; pues, bebida, movía el vientre con grandes dolores e inflamaba más la sed; y sin embargo de habérselo prevenido el árabe, bebían, desprendiéndose de los que querían contenerlos. Recorría Antonio las filas, y les rogaba que aguantaran por muy poco tiempo, pues, no estaba lejos otro río de agua saludable, y el resto del camino era ya áspero e inaccesible a la caballería, con lo que del todo se verían libres de enemigos; al mismo tiempo hizo llamar a los que todavía peleaban, y dio la señal de acampar, para que siquiera gozaran de sombra los soldados.

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