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Cuando César se hubo preparado convenientemente, se decretó hacer la guerra a Cleopatra y privar a Antonio de una autoridad que abandonaba a una mujer, añadiendo que Antonio, emponzoñado con hierbas, ni siquiera era dueño de sí mismo, y que los que les hacían la guerra eran Mardión el Eunuco, Potino, Eira, peinadora de Cleopatra, y Carmión, por quiénes eran manejados la mayor parte de los negocios de la comandancia general de Antonio. Dícese que precedieron a esta guerra las señales siguientes: la ciudad de Pisauro, colonia establecida por Antonio y situada sobre el Adriático, habiéndose hundido el suelo, desapareció. Una de las estatuas de piedra de Antonio, puestas en la ciudad de Alba, se cubrió por muchos días de sudor, del que no se vio libre aun cuando algunos quisieron enjugarla. Hallándose el mismo Antonio en Patras, el templo de Hércules fue abrasado de un rayo; en Atenas, el Baco de la Gigantomaquia, arrancado del viento, fue llevado hasta el teatro; y es de advertir que, como hemos dicho, Antonio se jactaba de pertenecer a Hércules por el linaje y a Baco por la emulación de su tenor de vida, haciéndose llamar el nuevo Baco. El mismo huracán soplando con igual violencia sobre los colosos de Éumenes y Átalo, que eran llamados los Antonios, entre los demás, a ellos solos los derribó al suelo. Llamábase asimismo Antonia la nave capitana de Cleopatra, y se notó en ella un prodigio extraño, porque habían hecho nido unas golondrinas en la popa, y habiendo venido otras, lanzaron a éstas, y les mataron los polluelos.

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