Timón era ateniense y vivió por el tiempo de la guerra del Peloponeso, como se colige de las comedias de Aristófanes y Platón, pues en ellas es satirizado como áspero y aborrecedor de los hombres. Huía todo encuentro y trato con ellos; pero a Alcibíades, siendo todavía muy mocito y muy resuelto, le saludó y besó un día con grande empeño; y como se admirase Apemanto y le preguntase la causa, le dijo que amaba a aquel joven, porque veía que había de ser para los Atenienses causa de muchos males. Si trataba con Apemanto solo, era porque se le asemejaba e imitaba su tenor de vida; y con todo, en una ocasión, celebrándose la solemnidad llamada Coes, comieron juntos los dos, y diciendo Apemanto: “¡Bello convite es este nuestro, Timón!”, “Sí- le respondió éste-, si tú no te hallaras en él”. Dícese que, hallándose los Atenienses en junta pública, subió un día a la tribuna, y fue grande el silencio y expectación en que todos se pusieron por lo extraño del suceso; y él les dijo: “Tengo un solar reducido, ¡oh Atenienses!, y en él salió una higuera, en la que se han ahorcado muchos ciudadanos; teniendo, pues, resuelto edificar en aquel sitio, me ha parecido prevenirlo en público, para que si alguno de vosotros quiere ahorcarse, lo ejecute antes de arrancar la higuera.” Murió, y fue enterrado en territorio de Hales, orilla del mar, y habiéndose hundido ésta, cubrió el agua la sepultura y la hizo inaccesible a los hombres. Había sobre ella esta inscripción: Yago aquí despedida el alma triste; mi nombre no os diré, sí mi deseo: perezcáis malamente los malvados. Esta inscripción se dice haberla hecho el mismo Timón; pero esta otra, que es la que todos tienen de memoria, es de Calímaco: Timón el misántropo soy. ¿Qué guardas? Maldíceme a tu gusto cuanto quieras sólo con que te quites de delante.