Llegado Antonio al África, envió a Cleopatra al Egipto desde Paretonio, quedando él en una grandísima soledad, contristado y errante con sólo dos amigos, el uno griego, que era Aristócrates el Orador, y el otro romano, que era Lucilio; de quien en otra parte hemos escrito que en Filipos, para facilitar la fuga de Bruto, se entregó a sí mismo por éste a los que le perseguían. Salvóle entonces Antonio, a quien fue siempre agradecido y fiel hasta los últimos momentos. Cuando también le abandonó el que estaba encargado de las fuerzas que en África tenía, intentó darse muerte; pero se lo impidieron sus amigos; conducido a Alejandría, se halló con que Cleopatra había emprendido una obra grande y extraordinaria. Porque intentó pasar a brazo la armada por el istmo que separa el Mar Rojo del Mar de Egipto, y que se dice ser el término y aledaño entre el Asia y el África por aquella parte en que es más estrechado de ambos mares, y tiene menor latitud, que no es más quede trescientos estadios, y trasladando las naves al golfo Arábigo con grandes caudales y toda especie de riqueza, establecerse al otro lado, huyendo de la esclavitud y de la guerra. Mas por haber sucedido que los habitantes de la Arabia llamada Pétrea dieron fuego a las primeras naves que se pasaron y por estar Antonio en la creencia de que se sostenía su ejército de Accio, dio de mano a la empresa, contentándose con guardar las bocas del Nilo. Antonio, dejando la ciudad y la compañía de los amigos, se dispuso una habitación en el mar junto al Faro por medio de una calzada que se prolongaba mar adentro, y se fijó allí, separado del comercio de los hombres, diciendo que elegía y se proponía imitar la vida de Timón, pues que le había sucedido lo mismo que a éste; el cual, agraviado y mal correspondido de sus amigos, había llegado a desconfiar de todos los hombres y a mirarlos con aversión.