Enviaron de consuno embajadores a César, que se hallaba en el Asia: Cleopatra, pidiendo que conservase a sus hijos el imperio en el Egipto, y Antonio, que le permitiera vivir como particular, si en el Egipto no podía ser, en Atenas. No teniendo amigos fieles de quienes valerse por los continuos abandonos y defecciones, dieron este encargo al maestro de sus hijos, Eufronio; porque Alexas Laodicense, que en Roma había hecho conocimiento con Antonio por medio de Timágenes, siendo de los Griegos el de mayor influjo con aquel y el principal instrumento de que se valía Cleopatra para tener embaucado a Antonio y quitarle del todo del pensamiento a Octavia, enviado a Herodes para retraerle de la deserción, se había mudado también, siendo traidor a Antonio, y confiado en Herodes, se había atrevido por fin a presentarse a César. Mas de nada le valió Herodes, porque puesto al punto en prisión por César, y conducido atado a su patria, allí le hizo dar muerte. De este modo sufrió en vida de Antonio la pena de su perfidia.