César no pudo sufrir los ruegos de Antonio; y en cuanto a Cleopatra, respondió que no le faltaría en nada de lo que fuese razonable si daba muerte a Antonio o le echaba de su lado: y le envió al mismo tiempo a Tirso, uno de sus libertos, hombre que no carecía de talento y propio para inspirar confianza, hablando por un nuevo caudillo a una mujer orgullosa y muy preciada de su belleza. Como se detuviese en conversación con ella más que los otros, y recibiese mayores obsequios, excitó sospechas en Antonio, quien, poniéndole mano, le hizo dar azotes, y se lo remitió a César, escribiéndole que con su entonamiento y su vanidad le había irritado, siendo ahora más irritable con sus males. “Y si tú- añadía- no lo llevas en paciencia, ahí tienes a mi liberto Hiparco; cuélgale y azótale para que estemos iguales”. Cleopatra, de resultas, para aquietarle en sus quejas y sospechas, le obsequiaba todavía con mayor esmero; así es que, habiendo celebrado su propio día natal sin pompa ni aparato, como a su presente fortuna convenía, para festejar el de Antonio salió de medida en el esplendor y el gasto; de manera que, habiendo venido pobres a la cena, muchos de los convidados volvieron ricos. A César, en tanto, le llamaba Agripa a Roma, escribiéndole continuas cartas, porque los negocios exigían su presencia.