Envió Antonio a César otro nuevo cartel de desafío; pero respondiendo éste que Antonio tenía muchos caminos por donde ir a la muerte, reflexionando que ninguno era preferible al de morir en una batalla, resolvió acometer por mar y por tierra. Dícese que en la cena excitaba a los esclavos a que en comer y beber le regalaran más opíparamente aquella noche; porque no se sabía si podrían ejecutarlo al día siguiente, o si ya servirían a otros amos, y él estaría hecho esqueleto y reducido a la nada. Como viese que al oír esto lloraban sus amigos, les dijo que no los llevaría a una batalla en la que más bien iba a buscar una muerte gloriosa que no salud y victoria. Se cuenta que en aquella noche, como al medio de ella, cuando la ciudad estaba en el mayor silencio y consternación con el temor y esperanza de lo que iba a suceder, se oyeron repentinamente los acordados ecos de muchos instrumentos y gritería de una gran muchedumbre con cantos y bailes satíricos, como si pasara una inquieta turba de bacantes: que esta turba movió como de la mitad de la ciudad hacia la puerta por donde se iba al campo enemigo, y que saliendo por ella, se desvaneció aquel tumulto, que había sido muy grande. A los que dan valor a estas cosas les parece que fue una señal dada a Antonio de que era abandonado por aquel Dios a quien hizo siempre de parecerse, y en quien más particularmente confiaba.