78

En el momento mismo de expirar llegó Proculeyo de parte de César; pues luego que Antonio, habiéndose herido mortalmente, fue llevado adonde se hallaba Cleopatra, uno de los ministros que le asistían, llamado Derceteo, tomó y ocultó su espada, y se fue corriendo a César, para ser el primero que le anunciase la muerte de Antonio, mostrándole la espada ensangrentada. César, habiéndolo oído, se retiró a lo más interior de su tienda y lloró por un hombre que era su deudo y su colega, y con quien tanta comunidad había tenido de combates y de negocios. Después, tomando las cartas y llamando a sus amigos, se las leyó para que viesen que él le había escrito con moderación y justicia, y Antonio, en las respuestas, siempre había estado insolente y altanero, y en seguida envió a Proculeyo con orden de que hiciera cuanto le fuese posible para apoderarse de Cleopatra viva. Porque, en primer lugar, temía por la pérdida de tanta riqueza, y en segundo, creía que el conducir a Cleopatra realzaría mucho la gloria de su triunfo. Resistióse, pues, ésta a que pudieran echarle mano; y el modo de hablarse en el edificio en que se hallaba fue que, acercándose Proculeyo por la parte de afuera a una puerta que estaba al piso, cerrada con la mayor seguridad, aunque de modo que daba paso a la voz, por allí conferenciaron, reduciéndose la entrevista, de parte de Cleopatra, a pedir el reino para sus hijos, y de parte de Proculeyo, a exhortarla a tener buen ánimo y ponerse confiadamente, en manos de César.

Share on Twitter Share on Facebook