A Demetrio, por otra parte, no le era prohibido tener a un tiempo muchas mujeres, sino que ya estaba desde Filipo y Alejandro recibido así por costumbre entre los reyes de Macedonia, como lo ejecutaron Lisímaco y Tolomeo; y a todas aquellas con quienes se casó las tuvo en aprecio y estimación; pero Antonio no sólo estuvo casado con dos mujeres a la vez, cosa a que no se había atrevido antes ningún romano, sino que a la natural de Roma, y legítima mujer, la echó de casa por complacer a la extranjera, con quien no estaba unido según ley. Así, a aquel ningún mal le vino por sus casamientos, y a éste, por los suyos, los mayores. Mas en los hechos de Antonio nunca, por su disolución, se vio una impiedad como la de Demetrio; pues siendo así que, según refieren los historiadores, en Atenas había cuidado de apartar lejos de la ciudadela los perros, por ser los animales más desvergonzados para el acto de la generación, Demetrio, en el mismo templo de Minerva se solazaba con las mujeres públicas, y no se detenía en seducir a muchas mujeres principales; y aun el vicio que parece estar más distante de esta clase de complacencias y deleites, que es la crueldad, se mezcló en la disolución de Demetrio, no dándosele nada, o, por mejor decir, precisando a que tuviera una muerte lastimosa el más bello y honesto joven entre los Atenienses por huir de sus insultos. Para decirlo en pocas palabras, Antonio, en su incontinencia, sólo se agravió a sí mismo; Demetrio, a otros.