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En la prosperidad eran ambos insolentes y dados al regalo y a las delicias; pero no podrá nadie decir de Demetrio que, por estar entregado a los placeres y a los regocijos, se le pasó la ocasión, sino que cuando estaba de vagar y de ocio procuraba acumular los deleites; Lamia, como la otra Lamia de la fábula, le servía de entretenimiento para llamar el sueño; pero cuando se trataba de las prevenciones de guerra, no tenía hiedra su lanza, ni su casco olía a mirra, ni tampoco partía a las batallas perfumado y florido desde el tocador, sino que, dejando descansar los coros y danzas de Baco, se hacía, según expresión de Eurípides, Activo alumno del profano Marte y nunca por el placer o la pereza se le desgració negocio alguno; en cambio, Antonio, así como en las pinturas de Hércules vemos a Ónfala que le quita la maza y le desnuda de la piel del león, de la misma manera, desarmándole muchas veces Cleopatra y haciéndole halagos, le persuadía a desentenderse de grandes negocios y de las expediciones más precisas, para divertirse y entretenerse con ella en la ribera, junto a Canopo y Tafosiris. Finalmente, a la manera de Paris, retirándose de la batalla, se acogía a su regazo, o, por mejor decir, Paris, vencido, huyó al tálamo; pero Antonio, por seguir a Cleopatra, se retiró y abandonó la victoria.

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