La suerte y fortuna de ambos, que fueron las mismas en el éxito, aunque no en el modo y los medios, forman la semejanza de sus vidas: ambos murieron, en efecto, antes del fin de sus empresas, no habiendo podido darles feliz cima aun a costa de muchos y grandes combates, y lo más admirable es que a ambos se les anunció por un medio sobrehumano su fin, habiéndoseles aparecido fantasmas odiosos y enemigos. Mas en esta materia hay cierta doctrina que destierra todos estos embaimientos, enseñando que a ningún hombre que está en su sano juicio se le aparece la forma o imagen de un Genio, sino que sólo los niños, las mujerzuelas y los delirantes por enfermedad, cuando sufren alguna enajenación del espíritu o mala complexión y disposición del cuerpo, dan entrada a opiniones vanas y extravagantes, estando imbuidos en la superstición de hallarse poseídos de un mal Genio. Y si Dion y Bruto, hombres de espíritu y filósofos, nada expuestos o sujetos a ilusiones, dieron tanto valor y se conmovieron con la aparición de tal modo que llegaron a referirla a otros, no sé cómo podremos evitar el admitir otra doctrina todavía más repugnante de los antiguos, según la cual ciertos demonios malos y de perversa intención, envidiosos de los hombres buenos y contrarios a sus buenas obras, excitan en ellos perturbaciones y miedos para estorbar e impedir toda virtud, con la dañada intención de que, no permaneciendo aquellos firmes y puros en el camino del bien, no gocen de mayor dicha que ellos después de su muerte. Mas esto habremos de dejarlo para otro tratado: en este libro, que es el séptimo de las Vidas Paralelas, demos ya principio por la del más antiguo.