Hizo al punto Dionisio que Platón se trasladara a la ciudadela, preparándole así una honrosa prisión bajo la forma de un benigno hospedaje, para que no marchara con Dion a dar testimonio de la injusticia que a éste había hecho. Mas con el tiempo y la continuación de estar juntos, acostumbrado, como fiera que es tocada y manejada del hombre, a sufrir su trato y su doctrina, llegó a tomarle un amor tiránico, queriendo ser él solo amado de Platón y admirado sobre todos los demás, y manifestando que estaba pronto a hacer mudanza en los negocios y en la tiranía misma siempre que no tuviera en más que su amistad la de Dion. Era, pues, para Platón una verdadera desgracia esta pasión de Dionisio, furioso de celos, como los amantes desatendidos, y que, como ellos, en breves instantes se irritaba, se aplacaba e interponía ruegos, deseando con ansia oír sus discursos y participar del estudio de la filosofía, pero avergonzándose de este deseo ante los que trataban de separarle de él, como si aquello fuera dejarse corromper. Ocurrió en esto una guerra, y despidió a Platón, conviniendo en que restituiría a Dion para el verano. Y en esto le faltó, pero le envió las rentas que producían sus posesiones, rogando a Platón que, en cuanto al tiempo, le admitiera la excusa de la guerra, pues luego que se hiciera la paz restituiría a Dion; mas que le encargara que entre tanto estuviera tranquilo, sin promover novedad ninguna ni desacreditarle entre los Griegos.