Al cabo de algún tiempo concibió celos Dionisio, y temiendo del aprecio y amor que Dion se había adquirido entre los Griegos, dejó de enviarle sus rentas, poniendo la hacienda de éste al cuidado de sus propios administradores. Queriendo además desvanecer con los filósofos la mala opinión que por Platón tenía, reunió muchos de los que pasaban por hombres instruidos, y aspirando a la gloria de aventajarse a todos en la disputa, se veía en la precisión de usar mal de las especies que a éste había oído. Volvió otra vez a desearle, y se reprendía a sí mismo de no haber sabido aprovecharse de su presencia, ni haberle oído por todo el tiempo que le convenía; y como tirano, arrebatado en sus deseos y pronto para la ejecución de todo proyecto, puso al punto por obra el de hacer venir a Platón, y no dejó piedra por mover hasta alcanzar de Arquitas y los otros Pitagóricos que, constituyéndose fiadores de sus promesas, llamaran a Platón, pues por medio de éste habían contraído al principio amistad y hospitalidad con Dionisio. Enviáronle, pues, éstos a Arquedemo, y Dionisio mandó barcos y amigos que rogaran a Platón. Escribió, además, con entereza y claridad que ninguna benigna condición obtendría Dion si Platón no se prestaba a pasar a Sicilia, pero si se prestaba, todas. Llegáronle asimismo a Dion repetidas instancias de su hermana y su mujer para que rogase a Platón condescendiera con Dionisio, y no lo dieran ningún pretexto. De este modo dice Platón que se resolvió a pasar por tercera vez el mar de Sicilia, Para otra vez probar la cruel Caribdis.