Dion desde entonces convierte ya su ánimo a la guerra, no entrando en ella Platón por respeto a la hospitalidad de Dionisio y por su vejez; pero inflamando a Dion, Espeusipo y otros de sus amigos, y exhortándole a dar la libertad a la Sicilia, que le tendía las manos y le recibiría con los brazos abiertos; porque, según parece, mientras Platón residió en Siracusa, Espeusipo y los demás filósofos tuvieron más trato con aquellos habitantes, y se enteraron mejor de su modo de pensar; pues aunque al principio por temor se recataban y guardaban, recelando que aquello pudiera ser tentativa del tirano, al fin ya tuvieron confianza; y entonces era uno mismo el lenguaje de todos, pidiendo e instando que viniera Dion, aunque no tuviera naves, ni infantería, ni caballería, embarcándose sólo en una nave de comercio, para prestar su persona y su nombre a los Sicilianos contra Dionisio. Enterado de todo esto por Espeusipo, se confirmó en su propósito, aunque para ocultarlo reclutó tropas estipendiarias reservadamente y por medio de interpuestas personas. Auxiliáronle en él muchos hombres de estado y muchos filósofos, con Eudemo de Chipre, a quien después que ya había muerto dedicó Aristóteles su diálogo del alma, y Timónides de Léucade. Habían traído asimismo a su partido a Miltas Tésalo, varón dado a la adivinación, y uno de los concurrentes a la Academia. De los que habían sido desterrados por el tirano, que no bajaban de mil, sólo veinticinco se alistaron en el ejército, separándose de la expedición por miedo los demás. Era el punto de reunión la isla de Zacinto, adonde acudieron los soldados, que no llegaron a ochocientos, pero todos hombres acreditados en muchos y grandes combates y, por tanto, muy ejercitados y aguerridos; así, en pericia y valor eran muy aventajados, y los más propios para inflamar y llenar de ardimiento al gran número de hombres decididos que esperaba Dion tener en la Sicilia.