Con todo, cuando éstos oyeron por la primera vez que aquel ejército se formaba contra Dionisio y la Sicilia, se quedaron aturdidos, y decayeron de ánimo, pareciéndoles que sólo cegado y enfurecido con la ira, o desesperado de poder reunir mayores medios, se arrojaba Dion a un hecho temerario, y a sus jefes y reclutadores los reconvinieron con enfado por no haberles anunciado desde luego la guerra a que eran destinados. Mas después que Dion les hizo ver lo deleznable y podrido de la tiranía, y los enteró que más bien que como soldados los llevaba como caudillos de los muchos Siracusanos y Sicilianos que hacía tiempo se hallaban dispuestos a abrazar su partido, y después que enseguida de Dion les habló Alcímenes, que, siendo entre los Aqueos el primero en gloria y linaje, había concurrido a la expedición, se tranquilizaron y volvieron a su primera confianza. Era esto en medio del verano, reinando los vientos efesios en el mar, y la luna se hallaba en el plenilunio. Dispuso, pues, Dion un magnífico sacrificio a Apolo, acompañándole en gran pompa los soldados al templo con las armas empavesadas, y después del sacrificio, teniendo mesas preparadas, les dio en el circo de los Zacintios un espléndido banquete, en el que, maravillándose de la vajilla de oro y plata y de las mesas preciosas, muy superior todo a la opulencia de un particular, reflexionaron que un hombre ya de cierta edad y dueño de tanta riqueza no se arrojaría a empresas de tamaña entidad sin una esperanza cierta y sin contar con amigos que desde allá le ofrecieran grandes y cuantiosos auxilios.