42

Siendo éste el estado de las cosas, y amenazando ya el peligro a la Acradina, todos ponían la vista en el único que podía levantar sus esperanzas: pero nadie lo proponía, avergonzados de la ingratitud e indiscreción con que respecto de Dion se habían portado. Mas siendo ya urgente la necesidad, salió una voz de entre los aliados y la milicia de caballería de que se llamara a Dion y se trajera a los Peloponenses del país de los Leontinos. No bien se había adoptado esta resolución y dádose esta voz cuando fueron comunes entre los Siracusanos las aclamaciones, el gozo y las lágrimas, rogando a los dioses por que Dion pareciese, deseando verle y recordando su valor y denuedo en los peligros, y como no sólo era imperturbable él mismo, sino que también a ellos les daba espíritu y los conducía impávidos a los enemigos. Enviáronle, pues, al punto de los aliados a Arcónides y Telésides y otros cinco de la caballería, entre ellos Helanico. Marcharon éstos a desempeñar su comisión corriendo a rienda suelta, y llegaron a la ciudad de los Leontinos casi al fin del día. Apeáronse, y lo primero que hicieron fue ir a echarse llorosos a los pies de Dion, a quien refirieron los infortunios de los Siracusanos. Habían ya acudido algunos de los Leontinos, y los más de los Peloponenses se agolparon a Dion, pensando, por la prisa, y por los ruegos de aquellos hombres, que había ocurrido alguna grande novedad. Congregados al punto en junta pública, a la que prontamente concurrieron, y entrando Arcónides y Helanico con los que los acompañaban, expusieron brevemente el cúmulo de males que les habían sobrevenido, y rogaban a los soldados de Dion fueran en socorro delos Siracusanos, olvidándose de los agravios recibidos, pues ya los habían pagado, sufriendo mucho más de aquello que los ofendidos podían desear.

Share on Twitter Share on Facebook