Llegaron en esto a la ciudad algunas galeras enviadas por Dionisio, en las que venía Nipsio de Nápoles, que conducía víveres y caudales a los sitiados, y habiéndose dado un combate naval, quedaron vencedores los Siracusanos, y tomaron cuatro de las naves de aquel convoy. Insolentes con la victoria, y empleando el tiempo, por la anarquía en que vivían, en francachelas y convites desordenados, de tal manera se olvidaron de lo que importaba, que, teniéndose ya por dueños de la ciudadela, perdieron la ciudad. Porque Nipsio, viendo que en todo el pueblo no había quien tuviera juicio, sino que la muchedumbre estaba entregada a músicas y embriagueces desde el día hasta alta noche, y que los caudillos se regocijaban también con aquellas fiestas y no se, cuidaban mucho de hacer su deber con unos hombres beodos, aprovechando hábilmente la ocasión, acometió a la muralla y apoderándose de ella y destruyéndola, dio suelta a los bárbaros, diciéndoles que hicieran de los ciudadanos que les vinieran a las manos lo que quisieran o pudieran. Advirtieron bien pronto los Siracusanos el mal que les había sobrevenido; pero tarde y con dificultad acudieron asombrados y pasmados a su remedio; porque era un horroroso saqueo el que experimentaba la Ciudad, siendo muertos los hombres, derruidas las murallas y conducidas las mujeres y los niños a la ciudadela entre los mayores lamentos, pues los caudillos se habían acobardado del todo, y para nada podían servirse de los ciudadanos contra unos enemigos que por todas partes estaban ya mezclados y confundidos con ellos.