Habiendo Casio hablado a sus amigos, todos se mostraban prontos si Bruto se ponía al frente, porque la empresa no necesitaba tanto de manos y de arrojo como de la opinión de un hombre tal cual era Bruto para que la diera valor y la hiciera parecer justa con sólo el hecho de concurrir a ella; cuando, de lo contrario, en la ejecución estarían más desanimados, y después de ésta se hallarían más expuestos a ser perseguidos, porque se creía que Bruto no se habría negado a aquel hecho en caso de tener una causa honesta. Habiéndole hecho fuerza estas reflexiones, se fue a ver a Bruto por primera vez después de la diferencia que hemos referido, y habiéndose reconciliado y saludado afablemente, le preguntó si para el día primero de marzo tenía resuelto concurrir al Senado, porque había llegado a entender que los amigos de César se disponían a hacer proposición entonces acerca del reinado de éste. Respondióle Bruto que no concurriría, y replicándole a esto Casio: “¿Y si nos llamasen?”, entonces dijo Bruto: “No seré yo el que calle, sino que emplearé las manos y pereceré antes que la libertad”. Alentado con esto Casio, “¿Qué romano mirará tranquilo- le dijo- que tú perezcas? ¿Es posible, Bruto, que así te desconozcas? ¿Te parece que son los tejedores o los taberneros los que arrojan en tu tribunal aquellos escritos, y no los primeros y más aventajados ciudadanos? Los cuales, si de los otros pretores esperan donativos, espectáculos y gladiadores, de ti reclaman como una deuda hereditaria la ruina de la tiranía, dispuestos a todo por ti si te muestras cual esperan y cual es la opinión que de ti tienen”. Abrazó con esto a Bruto, y despidiéndose de él, se fueron cada uno en busca de sus amigos.