Sucediéronles, sin embargo, muchos accidentes propios para hacer que se sobresaltasen: el primero, haberse tardado César hasta estar muy adelantado el día, siendo detenido en casa por su mujer sin resolverse a hacer las libaciones, e impedido para salir por los agoreros. Segundo, llegándose uno a Casca, que era de los conjurados, le tomó de la mano y le dijo: “Tú bien te has guardado de mí ¡oh Casca! y no has querido decirme nada; pero Bruto me lo ha manifestado todo”. Como Casca se quedase pasmado, echándose el otro a reír: “¿De dónde, amigo- le dijo-, has enriquecido tan pronto para aspirar a ser edil?” ¡Tan expuesto estuvo Casca a deslizarse, y con la duda hacer traición al secreto! Al mismo y a Casio los saludó con la mayor expresión un varón senatorio llamado Popilio Lenas, y hablándoles pasito al oído: “Hago votos con vosotros- les dijo- para que tenga próspero fin lo que meditáis, y os aconsejo que no deis largas, porque no deja de divulgarse vuestro intento”. Y dicho esto se retiró, haciéndoles sospechar que ya la cosa era pública. En esto corrió uno a Bruto desde su casa, anunciándole que su mujer se moría, porque Porcia, agitada con la idea de lo que sucedería, y no pudiendo llevar un cuidado de tal tamaño, con dificultad podía estar queda en casa, y saliendo fuera de sí a cualquiera voz o cualquiera ruido, a manera de las que están poseídas de los furores báquicos, a cuantos llegaban de la plaza les preguntaba: “¿Qué hace Bruto?”, y continuamente después de éstos estaba enviando otros. Por último, como pasase mucho tiempo, ya su naturaleza no pudo resistir más, sino que se quebrantó y abatió, faltándole el espíritu en aquellas angustias, y antes de poder retirarse a su cuarto, sentada como estaba en el patio entre las criadas, la sobrecogió un desmayo con una violenta convulsión. Mudósele asimismo el color y perdió enteramente la voz, con lo que aquellas levantaron el grito, y acudiendo con presteza los vecinos a la puerta de casa, corrió al punto el rumor y la fama de que era muerta; pero recobróse luego, y vuelta en sí, las mujeres que tenía a su lado pensaron en los medios de que se recobrase; mas Bruto, aunque se turbó, como era natural, con la voz que llegó a sus oídos, no por eso abandonó el interés común por acudir al propio, arrastrado de su particular afecto.