Anuncióse en esto que llegaba César conducido en litera, porque, desalentado con lo que habían significado las víctimas, iba en ánimo de no resolver negocio ninguno de entidad, sino diferirlos, pretextando hallarse indispuesto. Arrimósele al apearse de la litera aquel mismo Popilio Lenas, que poco antes había manifestado a Bruto y Casio que hacía votos por que acometieran y salieran bien de su empresa, y se puso a hablar con él por bastante tiempo, teniéndole parado y atento a lo que le decía. Los conjurados, si así se les puede llamar, no percibían lo que le hablaba; pero conjeturando, por lo que tenían en su imaginación, que aquel coloquio era una denuncia de su proyecto, quedaron enteramente desconcertados, y mirándose unos a otros, se advertía en sus semblantes que miraban como indispensable el no aguardar a que los prendieran, sino quitarse la vida por su propia mano. Casio y algunos más se observaba que por debajo de la toga empuñaban las espadas; pero Bruto, notando que la disposición y actitud de Lenas era de hombre que rogaba con ahínco, y no de quien denunciaba, aunque nada dijo, porque se hallaban entre otros muchos, con mostrar un semblante alegre, tranquilizó a Casio y a los demás. De allí a poco, Lenas besó la mano a César, y se retiró, no dejando duda con esto de que le había hablado de sí mismo, o de cosa que le pertenecía.