En tanto, eran muchos los que le advertían que iba a ser víctima del tirano; y como le preguntasen qué era en lo que tan imprudentemente confiaba, “En la vejez”, les respondió. Mas con todo Pisístrato, apoderado ya de toda la autoridad, tuvo tanto miramiento con Solón, honrándole, contemplándole y enviándole a llamar, que fue éste su consultor, y aun celebró algunas de las cosas que hacía; porque aquel conservó la mayor parte de las leyes de Solón, guardándolas primero él mismo, y precisando a ello a sus amigos; y llamado a juicio sobre un homicidio al Areópago cuando ya dominaba, compareció con gran modestia para defenderse, sino que el acusador se desistió. Publicó además por si otras leyes, de las cuales es una la que disponía que los imposibilitados en la guerra fuesen mantenidos del erario público; lo que dice Heraclides, imitó Pisístraío de Solón, que decretó se hiciese así con Tersipo, que había quedado estropeado; y según testimonio de Teofrasto, no fue Solón el que hizo la ley contra la ociosidad, sino Pisístrato, que con ella hizo todo el país más activo y alivió de ciertas gentes a la ciudad. Solón, habiendo entonces emprendido la relación o fábula de la Atlántida, de que se instruyó en los coloquios que tuvo en Sais, por creer que convenía a los Atenienses, hubo de abandonar aquel trabajo, no por sus ocupaciones, como dice Platón, sino por la vejez, acobardado con lo grande de la empresa; porque la sobra que tenía de ocio la indica aquella expresión: Me hago anciano, aprendiendo cada día. Y estas otras: Son las obras en que ahora me complazco las de Afrodita y Baco y de las Musas, que forman de los hombres las delicias.