Muerto César de esta manera, Bruto saliendo en medio del salón, quiso hablar para contener al Senado, procurando tranquilizarle: pero éste huyó en desorden, y en la puerta hubo gran confusión, atropellándose unos a otros, sin que nadie los persiguiese ni los impeliese, porque los conjurados tenían firmemente resuelto no dar muerte a ninguno otro, sino llamar y restituir a todos los ciudadanos a la libertad. Al principio, cuando empezaron a tratar del proyecto, a todos los demás les había parecido conveniente acabar después de César con Antonio, hombre inclinado a la tiranía, insolente, que se había formado cierto poder por medio de su trato y familiaridad con los soldados, y que más que con su osadía natural y su ambición reunía entonces la dignidad del consulado, siendo colega de César; pero Bruto se opuso a este pensamiento, alegando primero que no era justo, y recurriendo en segundo lugar a la esperanza de que podía mudar, porque no desconfiaba de que, siendo Antonio de buena índole, ambicioso y amante de gloria, quitado el estorbo de César, querría cooperar a la libertad de la patria, excitado a lo honesto con el ejemplo y por la emulación con ellos. De este modo salvó Bruto a Antonio, el cual, en aquellos primeros instantes de miedo, huyó disfrazado con el traje de un hombre plebeyo. Bruto y sus socios corrían al Capitolio con las manos ensangrentadas, y mostrando los puñales desnudos, llamaban a los ciudadanos a la libertad. Al principio hubo en la ciudad lamentos, y las carreras que con motivo del suceso no pudieron menos de verificarse aumentaron la turbación y desorden; pero cuando se vio que no había ninguna otra muerte, ni ningún robo de las cosas que estaban a mano, subieron confiados en busca de los de la conjuración al Capitolio los senadores y muchos de los de la plebe. Habiéndose juntado un gran concurso, habló Bruto al pueblo en términos propios para atraerle, y convenientes a lo que se había ejecutado. Como aplaudiesen y les gritasen que bajaran, bajaron sin recelo a la plaza los demás juntos en pos unos de otros; pero a Bruto, desde lo alto, lo condujeron en medio con gran pompa muchos de los principales, hasta colocarlo en la tribuna en el sitio que se llama los Rostros. A este espectáculo la muchedumbre, aunque de muchas castas y con disposición de tumultuarse, tuvo respeto a Bruto, y esperó con orden y en silencio a ver lo que era aquello; habiéndose presentado a hablar, prestaron atención a lo que decía; pero mostraron luego que no era de su agrado lo sucedido, pues habiendo empezado a hablar Cina acusando a César, se mostraron irritados y le llenaron de improperios, hasta tal punto que tuvieron que retirarse otra vez al Capitolio. Allí, temiendo Bruto que se les sitiase, despidió a los ciudadanos más valerosos, que eran los que los habían acompañado, por no considerar justo que, no habiendo tenido parte en la culpa, la tuvieran en el peligro.