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Apoderóse repentinamente de los Jantios un furor terrible y cual no es dado explicar, parecido más bien al deseo de morir; así, todos, con sus hijos y mujeres, libres, esclavos y de toda edad, lanzaban del muro a los enemigos, que iban en su auxilio contra el incendio, y recogiendo cañas, leña y todo combustible, atraían hacia la ciudad el fuego, echando en él todo material, y esforzándose por todas maneras de avivarlo y mantenerlo. Cuando, por haber corrido la llama y abarcado toda la ciudad, se descubrió terrible desde afuera, afligido Bruto con semejante acontecimiento, andaba a caballo alrededor deshaciéndose por darles socorro, y tendiendo las manos a los Jantios. les rogaba que tuvieran consideración y salvaran la ciudad; pero nadie le daba oídos sino que de mil maneras se mataban todos unos a otros, no sólo los hombres y las mujeres, sino aun los niños pequeños, de los cuales unos, con gritería y lamentos, se arrojaban al fuego; otros se estrellaban, tirándose desde lo alto, y otros se metían por las espadas de sus padres a buscar la muerte, descubriendo el cuello y pidiendo que los pasasen. Vióse, cuando ya estaba asolada la ciudad, una mujer colgada de un cordel, que tenía un niño muerto suspendido del cuello, y que con un hacha encendida se conocía haber dado fuego a su casa. Siendo éste un espectáculo tan trágico, no le sufrió a Bruto su corazón el verlo, y como aun el oírlo referir le arrancase lágrimas, ofreció por pregón premio a los soldados por cada uno de los Licios que salvasen, y se refiere que sólo fueron ciento cincuenta los que no esquivaron este beneficio. Así, los Jantios, como si hubiera un período de largo tiempo determinado por el Destino para la destrucción de la ciudad, renovaron entonces con el mayor arrojo la fortuna de sus antepasados, porque también éstos en la guerra pérsica se dieron del mismo modo muerte, incendiando la ciudad.

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