Hallábase entonces ocupado Antonio en correr un foso desde los pantanos, junto a los que estaba acampado hacia la llanura, para interceptar a Casio el camino del mar, y César permanecía sosegado, no digamos él mismo, que se hallaba enfermo, sino su ejército, que no esperaba que los enemigos moviesen pelea, y sí sólo que hiciesen correrías contra sus obras, incomodando con tirar saetas y mover rebatos a los trabajadores. Como no atendiesen, pues, a los que habían tomado formación contra ellos, se maravillaban de la grande y confusa gritería que oían hacia el foso. Distribuyéronse en esto a los jefes billetes de parte de Bruto, en que estaba escrita la seña, y él mismo recorría a caballo las filas inspirando aliento; pero fueron muy pocos aquellos a quienes la seña pasó: así, la mayor parte, sin más aguardar, cargaron con ímpetu y algazara a los enemigos. Hubo por esta causa desconcierto y desunión entre las legiones; así es que, primero la de Mesala, y enseguida las que movieron con ella, flanquearon la izquierda de César, y ofendiendo ligeramente a los de retaguardia con muerte de pocos, pues se contentaron con haberlos flanqueado, vinieron a caer sobre el campamento. César, como lo dice él mismo en sus comentarios, habiendo tenido un ensueño Marco Antonio, uno de sus amigos, en que se le prevenía que César se retirara, saliendo del campamento se había adelantado un poco llevado en hombros, y se creyó que le habían muerto, porque su litera vacía fue pasada de dardos y lanzas. Diose muerte en el campamento a los que vinieron a las manos, y dos mil Lacedemonios, que acababan de llegar de auxiliares, fueron destrozados.