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Finalmente, Dion en su muerte nadie encontró que volviera por él; y a Bruto, de sus enemigos, Antonio le sepultó decorosamente, y César le conservó sus honores. Había una estatua suya de bronce en Milán de la Galia Cisalpina; viola tiempo después César, hallando que era muy parecida y de bella ejecución. Pasó adelante; pero luego, parándose ante ella, hizo llamar a presencia de muchos a los magistrados, y les dijo habían faltado a las estipulaciones con que tomara su ciudad, teniendo dentro de ella a un enemigo suyo. Negáronlo al principio, como era natural, y después se miraron unos a otros dudando por quién lo diría, pero cuando, volviéndose César hacia la estatua y arrugando las cejas, les dijo: “Pues éste, siendo mi enemigo, ¿no está aquí colocado?”, entonces todavía se sobrecogieron más y callaron, y él, sonriéndose, celebró a los galos, porque se conservaban fieles a sus amigos sin atender a la fortuna, y mandó que la estatua quedara en su puesto.

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