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Aun sin esto, el combate contra Dionisio no era lo mismo que el combate contra César, porque a Dionisio no había ninguno, aun de sus más íntimos amigos, que no lo despreciase, viéndole pasar la mayor parte del tiempo en beber, en el juego y en el trato con mujerzuelas; pero el meditar la ruina de César, y no asustarse del talento, del poder y de la fortuna de aquel cuyo nombre sólo no dejaba dormir a los reyes de los Partos y a los Indios, era de un alma superior y dotada de tales alientos que con ella nada pudiera el miedo. Por lo mismo, con sólo aparecerse Dion en la Sicilia se rebelaron millares y millares contra Dionisio, mientras que cuando la gloria de César, aun después de muerto, erigió a sus amigos, y su nombre al que lo tomó, de un joven sin medios lo elevó al punto a ser el primero de los Romanos, convirtiéndose luego en una especie de encanto contra la enemistad y el poder de Antonio. Si dijese alguno que Dion no expulsó al tirano sino en fuerza de grandes y repetidos combates, habiendo dado Bruto muerte a César desarmado y sin guardias, esto mismo fue obra de una inteligencia suma y de una consumada pericia, sorprender cuando estaba sin armas y sin guardias a un hombre rodeado de tan inmenso poder; pues no le dio muerte súbitamente cayendo sobre él sólo o con pocos, sino habiendo concertado el plan mucho antes, y tratándolo con muchos, de los cuales ninguno le faltó; porque o desde luego distinguió quiénes eran los de más probidad, o con ponerlos en la confianza los hizo virtuosos. Mas Dion, o por falta de aquel discernimiento se confió a hombres malos, o con valerse de ellos los tornó malos de buenos que antes eran; y al varón prudente no está bien le suceda ni lo uno ni lo otro; así Platón le reprendió de haber elegido tales amigos, que al cabo le perdieron.

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