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Retirado de la plaza Bruto, por largo rato ocupó los ánimos la sorpresa, el pasmo y el silencio, con motivo de lo que acababan de presenciar; y, en tanto, los Aquilios, que empezaban a fundar esperanzas en la blandura y duda de Colatino, pedían se les diera tiempo para defenderse, y que les fuera entregado Vindicio, que era su esclavo, y no correspondía estuviese en manos de otros. Iba ya a concederlo y a disolver con esto la junta; pero Valerio ni se prestó a que se entregara Vindicio, que estaba bien guardado por toda su gente, ni permitió que el pueblo se retirase abandonando los traidores; antes les echó mano, y empezó a llamar a Bruto, y a decir a gritos que Colatino obraba con la mayor injusticia, pues que habiendo puesto a su colega en la precisión de dar muerte a sus propios hijos, creía serle lícito agradar a unas mujeres con los traidores y enemigos de la patria. Enfadado con esto el cónsul, y mandando que le presentaran a Vindicio, los lictores, atravesando por la muchedumbre, llegaron a echarle mano, y empezaron a herir a los que intentaban quitársele; pero los amigos de Valerio corrieron a defenderlos, y el pueblo clamaba pidiendo que se presentase Bruto. Retrocedió, pues, y volvió a la plaza, y habiendo impuesto silencio, dijo que para sus hijos no se había necesitado de más juez que él mismo; pero que en cuanto a los otros dieran su voto los ciudadanos libres, y que el que quisiese hablase y persuadiese al pueblo. No hubo necesidad de tales persuasiones, pues que, hecha la votación, fueron condenados por todos los sufragios, y se les cortó la cabeza. Colatino, además de tener contra sí, según se echaba de ver, alguna sospecha por su parentesco con los reyes, incomodaba con el segundo de sus nombres, siendo mirado con abominación el de Tarquino; así, en vista de estos sucesos, teniendo por enteramente decaída su opinión, voluntariamente hizo dimisión del mando, y salió de la ciudad. Tuviéronse en seguida los comicios, y Valerio fue elegido Cónsul con grande aplauso, recibiendo un premio digno de su ardiente patriotismo. Creyó justo que de él alcanzase a Vindicio alguna parte, e hizo decretar que él fuese el primer liberto que gozase los derechos de ciudadano romano, votando en la curia que quisiese elegir. A los demás de esta condición, tarde y después de mucho tiempo, les concedió este derecho de votar Apio, que tiraba a ganarse la muchedumbre; y la manumisión o libertad completa aun hoy se llama Vindicta, según dicen, de este Vindicio.

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