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Al año siguiente fue elegido cónsul por cuarta vez Publícola, temiéndose nueva guerra, que de parte de los Sabinos y Latinos amenazaba. Conmovió a la ciudad al mismo tiempo cierta superstición, porque todas las mujeres que estaban encinta daban a luz partos a los que faltaba algún miembro, y ninguno salía perfecto y a su tiempo. Publícola, pues, conforme a los libros de las Sibilas, hizo sacrificio propiciatorio a los Dioses infernales, y restableció combates instituidos por la Pitia, con lo que puso a la ciudad más confiada en la asistencia divina; y luego volvió su atención al miedo más cierto, que venía de los hombres, porque eran grandes los preparativos y movimientos de los enemigos. Había entre los Sabinos un Apio Clauso, varón poderoso por su riqueza, muy señalado también por sus grandes fuerzas, y que tenía además, por la opinión de su virtud y su afluencia en el decir, un lugar muy preferente; mas con todo, no se libertaba de lo que acontece a todos los hombres grandes, que es tener envidiosos, y a los que de él lo eran les dio ocasión de que publicasen que con impedir la guerra hacía que las cosas romanas tomasen incremento para la tiranía y esclavitud de la patria. Enterado de estas voces, que eran oídas con gusto de la muchedumbre, y considerándose expuesto con los inclinados a la guerra, y con los que la profesaban, temía ser puesto en juicio; por otra parte, tenía entre sus amigos y parientes muchas manos que le defendiesen; rebelóse, pues, y esto era lo que causaba la detención y cuidado de los Sabinos en cuanto a la guerra. No solamente tomó Publícola por su cuenta enterarse del estado de estas cosas, sino el excitar también y promover la sublevación; y valiéndose de partidarios que allí tenía de su confianza, hizo que en su nombre tuviesen a Clauso este lenguaje: “Publícola te tiene en tal opinión de virtuoso y justo, que no cree hayas de querer causar el menor daño a tus ciudadanos, aunque ofendido y agraviado de ellos; mas si, deseando ponerte en salvo, quisieres pasarte y huir de los que te aborrecen en público y en particular, serás recibido de un modo digno de tu virtud y de la magnificencia de Roma”. Reflexionando muchas veces Clauso sobre esta propuesta, túvola por preferible al apuro en que se veía; y conferenciando sobre ella con los amigos, que atrajeron también a otros al mismo parecer, sublevó hasta unas cinco mil casas, con las mujeres e hijos, y trajo a Roma cuanto había más tranquilo y de más suave y reposadas costumbres entre los Sabinos, sabiéndolo antes Publícola, y recibiéndolos benigna y amistosamente cuanto fue posible. Porque a todas las familias les concedió los derechos de ciudad, y a cada uno le repartió dos yugadas en un campo junto al río Anio. A Clauso dióle veinticinco yugadas de tierra, y escribióle entre los senadores, siendo esta su primera autoridad, de la cual usó con prudencia, y llegó después a la mayor dignidad y poder, dejando en Roma la familia y linaje de los Claudios, que a ningún otro cede en esplendor.

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