Jerjes al mismo rayar del día se puso a contemplar la armada y su formación, según Fanodemo, desde encima del templo de Heracles, que es por donde la isla de Salamina dista del Ática corto trecho; pero, según Aquestodoro, desde los lindes de Mégara sobre los llamados Cornijales, habiendo hecho allí traer un sitial de oro, y teniendo junto a si muchos amanuenses, cuyo destino era ir anotando lo que fuese ocurriendo en la batalla. Hallándose en tanto Temístocles haciendo un sacrificio en la galera capitana, le presentaron tres cautivos de bellísima presencia, y vestidos con ropas vistosamente guarnecidas de oro: decíase que eran hijos de Sandauce, hermana del rey, y de Artaícto. Viólos el agorero Eufrántides, y como al mismo tiempo el fuego del sacrificio hubiese resplandecido con gran brillo, y el estornudo hubiese dado señal derecha, tomando a Temístocles por la diestra, le prescribió echase mano como primicias de aquellos jóvenes, y que los consagrase todos tres a Baco Omesta, haciéndole plegarias, con lo que los Griegos conseguirían la salud y la victoria a un tiempo. Sorprendióse Temístocles de vaticinio tan grande y tan terrible; pero la muchedumbre, como sucede en las grandes luchas, casos y asuntos difíciles, que más bien espera su salud de cosas disparatadas y fuera de razón que no de las que van según ella, empezó a implorar a una voz al dios, y conduciendo los jóvenes al ara, exigió por fuerza que se les sacrificara conforme a la orden del agorero. Así lo escribió Fanias el de Lesbos, varón sabio y no desprovisto de conocimientos históricos.