En cuanto al número de las naves de los bárbaros, el poeta Esquilo, como testigo de vista y que podía asegurarlo, dice en la tragedia los Persas lo siguiente: De naves tuvo Jerjes, lo sé cierto, un millar, y, además, buques ligeros sobre doscientos siete: ésta es la cuenta. De Atenas eran las naves ciento ochenta, y cada una tenía sobre la cubierta diez y ocho hombres de armas, cuatro de ellos eran flecheros, y los demás infantes bien armados. Parece que Temístocles no menos supo conocer y observar el tiempo oportuno, que el lugar para el combate, no oponiendo las proas de las galeras a las de los bárbaros antes de que llegase la hora en que acostumbraba a moverse un viento fuerte de mar, que impelía las olas de la parte de los golfos; el cual en nada incomodaba a las naves griegas, que eran más bajas y de menos balumbo; pero a las de los bárbaros, que eran muy levantadas de popa y tenían también elevada y alta la cubierta, no las dejaba parar, hiriendo en ellas, con lo que quedaban más expuestas a los encuentros de las griegas, que con ligereza y seguridad se movían según las órdenes de Temístocles, a quien atendían principalmente, como que era quien mejor sabía lo que debía hacerse. Asestábale flechas y dardos Ariámenes, almirante de la armada de Jerjes, hombre de valor, y entre los hermanos del rey el más recto y justo, el cual mandaba una nave de gran porte, y tiraba desde ella como desde un muro: a éste, pues, Aminias Deceleo y Socles Pedieo, que navegaban juntos, al encontrarse y chocarse con las proas bronceadas, cuando iba a arrojarse en la galera de ellos, le recibieron e hirieron con lanzas y le precipitaron al mar, y su cuerpo, que, con los de otros marineros, era arrastrado de la corriente, le reconoció Artemisia, y se lo llevó a Jerjes.