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En ocasión en que bajaba hacia el mar con motivo de las cosas de los Griegos, le armó asechanzas un Persa llamado Epixies, Sátrapa de la Frigia superior, teniendo de antemano prevenidos unos asesinos de Pisidia para que la quitasen la vida cuando, llegado a la ciudad de Leontocéfala, hiciese noche en ella. Mas cuando él dormía la siesta se dice que se le apareció entre sueños la madre de los Dioses, y le dijo: “¡Oh, Temístocles!: evita la cabeza de los leones, para que no caigas en poder del león; yo por esto te pido por sirviente a Mnesiptólema”. Puesto en cuidado con este ensueño, hizo plegarias a la Diosa, y, dejando el camino real, dirigiéndose por otro, para no tocar en aquel lugar, le cogió la noche y se quedó allí a pasarla. Uno de los carros que conducían su equipaje se cayó al río, y los sirvientes de Temístocles se pusieron a enjugar las cortinas que se habían mojado: en esto, los de Pisidia, sacando las espadas, llegaron a aquel punto, y no distinguiendo bien a la luz de la luna las ropas puestas a secar, creyeron que eran la tienda de Temístocles, y que éste se hallaba dentro descansando. Llegados cerca, cuando fueron a levantar la cortina, se arrojaron sobre ellos los que estaban en custodia, y les echaron mano. Habiendo evitado así el peligro, admirado de la aparición de la Diosa, le edificó un templo en Magnesia, y creó sacerdotisa de Dindimene a su hija Mnesiptólema.

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