Apenas amaneció, llamando a sus amigos, le hizo comparecer cuando nada favorable esperaba, porque desde luego observó que los palaciegos, al saber quién era, torcieron el gesto, y le injuriaron, y aun Rojanes, capitán de mil hombres, cuando Temístocles iba a pasar por junto a él, estando el rey ya en su asiento y todos callando, oyó que dio un suspiro, y dijo en voz baja: “¡Oh serpiente griega, hombre mudable, el buen genio del rey te ha traído aquí!” Mas, sin embargo, luego que se presentó y repitió la adoración, saludándole el rey y hablándole con gran afabilidad, le dijo lo primero cómo le era deudor de doscientos talentos, por cuanto, habiéndose venido por sí a presentar, le tocaba de justicia lo que se había ofrecido al que lo trajese; prometióle, además, muchos mayores dones, y le alentó diciéndole que sobre las cosas de los Griegos le manifestase cuanto quisiera con franqueza. “El habla del hombre- respondió Temístocles- es como los tapices pintados, porque, como éstos, desarrollada manifiesta bien las imágenes, pero recogida las encubre y echa a perder: así que necesitaba algún tiempo”. Agradado el rey de la comparación, le mandó que lo señalase; pidió un año, y cuando hubo aprendido bastante bien la lengua persa, entraba a hablar al rey directamente por sí mismo. Creían los de la parte de afuera que trataban de las cosas de la Grecia; pero como en aquella sazón se hiciesen varias mudanzas, así en las cosas de palacio como en las de los amigos del rey, se concilió la envidia de los próceres, al considerar que también acerca de ellos se habría atrevido a hablar con libertad, porque eran nada comparadas con las suyas las honras que a los demás extranjeros habían solido hacerse; así es que asistía a las cacerías del rey, y en el palacio a sus recreaciones, llegando hasta haber sido presentado a la madre del rey y entrado en su confianza, y aun hasta oír la doctrina de los magos por orden del rey. Cuando Demarato el Esparcíata, habiéndosele dicho que pidiese una gracia, pidió la diadema como los reyes, y que se le permitiese cabalgar con ella por Sardis, Mitropaustes, sobrino del rey, tomándole la mano: “La diadema ésta- le dijo- no tendría cerebro que cubrir, y aun cuando tomases en la mano el rayo, no por eso serías Zeus”. Ello es que el rey estaba enojado con Demarato por semejante petición, y cuando se creía que no sería posible apaciguarlo, Temístocles, a quien se puso por intercesor, consiguió dejarle desimpresionado y amigo. Dícese que más adelante los reyes sucesores, bajo los cuales hubo mayor enlace entre las cosas de los Griegos y los Persas, cuando llamaban cerca de sí a algún Griego le anunciaban y escribían cada uno que tendría con él más lugar que Temístocles. Del mismo Temístocles se refiere que, cuando ya se miraba engrandecido y obsequiado de muchos, teniendo un día un gran festín, habló así a sus hijos: “Estábamos perdidos, hijos míos, si no hubiésemos estado perdidos”. Dicen que para pan, vino y demás condimentos se le asignaron tres ciudades: Magnesia, Lámpsaco y Miunte; y Neantes de Cízico y Fanias añaden otras dos: Percote y Palascepsis, para tapicería y vestidos.