No era todavía grande entonces el lustre de la casa de los Furios; debióse, por tanto, él a sí mismo lo que adelantó en gloria en la gran batalla contra los Ecuos y Volscos, militando bajo el dictador Postumio Tuberto; pues yendo delante de la caballería, y siendo herido en un muslo, no se contuvo, sino que sacándose el dardo que había quedado clavado en la herida, peleando con los más adelantados de los enemigos, los obligó a retirarse. Mereció por esta hazaña, además de otros premios, el que se le nombrase censor, cargo que en aquellos tiempos era de grandísima dignidad. Ha quedado memoria de un hecho loable suyo siendo censor, que fue excitar con palabras, y amenazar con penas, a los célibes, para que se casasen con las viudas, que por las guerras eran en gran número. Fue preciso también entonces sujetar a la contribución a los huérfanos, que antes eran horros, siendo la causa de esto los ejércitos que continuamente había que tener en pie y que obligaban a grandes gastos; precisando asimismo en gran manera a ellos el sitio de Veyos, a cuyos habitantes llaman algunos Veyentanos. Era esta ciudad la principal de la Etruria, en número de armas y en muchedumbre de gente de guerra poco inferior a Roma, y que, envanecida con su riqueza, con su abundancia de víveres, con su lujo y su regalo, entró repetidas veces en competencia, y por la gloria y el poder contendió con los Romanos. Mas en aquella sazón había desistido de estas pretensiones, quebrantada con grandes derrotas; habían si levantado altas y fuertes murallas, y, habiendo pertrechado bien la ciudad de armas, de dardos, de víveres y de todo género de preparativos, sufrían sin temor el cerco, que también para los sitiadores era trabajoso y difícil. Porque estando acostumbrados a no militar fuera, pasado el verano, sino recogerse a invernar en casa, entonces por la primera vez los habían obligado los caudillos a levantar trincheras, a fijar los reales en territorio enemigo y a juntar el invierno con el verano, estando entonces al fin del séptimo año de guerra; tanto, que por parecer que los generales hacían flojamente el sitio, se les revocó el mando. y se eligieron otros para la guerra, siendo uno de éstos Camilo, que era ya tribuno por segunda vez. Con todo, nada hizo por entonces en cuanto al sitio, porque le cupo en suerte hacer la guerra a los Falerios y Capenates, que por ver ocupados a los Romanos, les talaban el territorio y les servían de estorbo para la guerra de Etruria; mas Camilo los desbarató, causándoles gran pérdida, y los obligó a recogerse dentro de sus murallas.