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Al modo, pues, de Aquiles, haciendo imprecaciones contra sus ciudadanos y desterrándose, dejó desierta su causa, estimada en quince mil ases, en los que fue condenado, que traído el cómputo a plata, venían a ser mil y quinientas dracmas, porque el as era de plata, y el décuplo en cobre se llamaba denario. Entre los Romanos no hay nadie que no esté en la inteligencia de que a aquella plegaria de Camilo se siguió al instante la pena, y que luego recibió, en cambio de la injusticia que se le hizo, una satisfacción, no dulce ciertamente, sino tan dura como famosa y celebrada. ¡Tal castigo vino sobre Roma, y tal ocasión se presentó para ella de peligro y de vergüenza, bien lo hiciese así la suerte, o bien sea que hay algún dios que no consiente que los hombres sean ingratos contra la virtud!

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