El sitio se fue prolongando, y la falta de víveres apremiaba a los Galos; por tanto, haciendo divisiones, unos se quedaron con el rey manteniendo el cerco del Capitolio, y otros andaban merodeando por toda la comarca, no juntos tampoco, sino en partidas por diferentes parajes, no reparando en andar esparcidos, porque sus victorias los traían engreídos sin haber nada que temiesen. La división mayor y más ordenada discurría por las cercanías de la ciudad de Ardea, donde residía Camilo, desocupado de todo negocio después de su destierro, llevando la vida de un particular; con todo, no gustándole el estar escondido y el huir de los enemigos, tomaba lenguas y esperanzas, por si podía presentársele ocasión de escarmentarlos. Por tanto, viendo que los Ardeates en número eran bastantes, y sólo les faltaba la resolución por no estar ejercitados y por la impericia y flojedad de sus caudillos, empezó por hacer conversación con los jóvenes sobre que la desgracia de los Romanos no debía llamarse fortaleza de los Galos, ni el mal que por su falta de prudencia les había sobrevenido a aquellos debía reputarse obra de los que nada habían puesto para vencer, sino demostración de su buena suerte; así que sería loable rechazar aquella guerra bárbara y extranjera, cuyo fin, en venciendo, a la manera del fuego, era destruir lo que invadía, aun cuando para ello fuera necesario pasar por grandes peligros; cuanto más que, mientras los enemigos andaban tan seguros y confiados, él los pondría en ocasión de alcanzar de ellos una victoria exenta de todo riesgo. Viendo que estos discursos prendían en los jóvenes, se dirigió ya Camilo a los magistrados y prohombres de los Ardeates, y cuando logró convencer también a éstos, armó a todos los que estaban en edad proporcionada, y los contuvo dentro de las murallas, procurando no lo entendieran los enemigos, que andaban cerca. Ellos, en tanto, habiendo recorrido con su caballería todo el país, haciéndose insufribles por las muchas presas de toda especie que habían tomado, establecieron en aquella inmediación sus reales con el mayor descuido y menosprecio; y la noche los cogía cargados de vino, siendo grande el silencio que reinaba en su campo. Enterado de todo Camilo por sus espías, sacó de la ciudad sus Ardeates, y andando en las mayores tinieblas de la noche el camino que mediaba, llegado a los reales hizo mover grande gritería, con la que y las trompetas indujo gran turbación en unos hombres embriagados, que con dificultad volvían del sueño, aun en medio de tanto alboroto; así fueron muy pocos los que, pudiendo despertarse y prevenirse para hacer frente a los de Camilo, murieron defendiéndose; a todos los demás los cogieron oprimidos del sueño y del vino, y sin que tomasen las armas les dieron muerte. A los que aquella noche, que no eran muchos, se habían escapado del campamento, persiguiéndolos al día siguiente, esparcidos como estaban por todo el país, los exterminó la caballería.