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La fama difundió luego este suceso por las demás ciudades, y excitó a muchos de los que estaban en edad de llevar armas, y, sobre todo, a los muchos Romanos que, habiendo huido de la batalla del Alias, se hallaban en Veyos, y que se lamentaban entre sí de que el mal Genio de Roma, privándola de semejante caudillo, hubiese ido a ilustrar con los triunfos de Camilo a la ciudad de Ardea, mientras que la que le había dado el ser y lo había criado estaba destruida y aniquilada. “Nosotros- decían-, por falta de caudillo, acogidos a unos muros ajenos, nos estamos aquí sentados mirando la ruina de la Italia; ¡ea, pues, enviemos quien les pida a los Ardeates su general, o tomando las armas dirijámonos a él mismo, pues que ni él es desterrado ni nosotros ciudadanos, no existiendo para nosotros la patria mientras esté dominada de los enemigos!” Habida esta deliberación, hicieron mensaje a Camilo, pidiéndole que tomase el mando; mas él respondió que no lo haría sin que los ciudadanos refugiados al Capitolio lo decretasen, según ley, porque en ello debía entenderse- que se había salvado la patria; por tanto, que si lo mandaban, obedecería con gusto; pero contra su voluntad en nada se entrometería; no pudieron, pues, menos de admirar la prudencia y rectitud de Camilo. Mas faltaba el medio de que esto llegase a los del Capitolio, y, sobre todo, parecía imposible que pudiera llegar hasta la ciudadela un mensajero, estando apoderados de la ciudad los enemigos.

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