Hecho esto, dejó a su hijo Lucio en custodia de los cautivos y del botín, y marchó en busca de los enemigos. Tomó la ciudad de los Ecuos, y trayendo a sí a los Volscos, al punto dirigió el ejército la vuelta de Sutrio, ignorante de lo que había sucedido, y apresurándose todavía a darles auxilio, creyéndolos en peligro y sitiados por los Tirrenos. Mas aquellos habían sufrido ya su desgracia rindiéndose a los enemigos, y ellos mismos, en la mayor miseria, con sólo lo que tenían puesto, se presentaron a Camilo en medio de la marcha, con sus mujeres y sus hijos, lamentando su desdicha. Camilo, conmovido con aquel espectáculo, y viendo a los Romanos llorar e indignarse por lo sucedido, al arrojarse en sus brazos los Sutrinos, resolvió no dejar aquel hecho sin venganza, sino marchar a Sutrio en el mismo día, discurriendo que a unos hombres que acaban de tomar una ciudad opulenta y rica, sin que quedase en ella enemigo alguno, ni se esperase de afuera, no podría menos de encontrarlos desordenados y sin guardias. Salió como lo había pensado, porque no solamente hizo su marcha sin ser sentido, sino que así llegó hasta las puertas, y se apoderó de las murallas, pues no había ningún centinela, sino que todos estaban entregados al vino y los banquetes, esparcidos por las casas. Cuando llegaron a entender que eran dueños de la ciudad los enemigos, estaban ya tan mal parados con la hartura y la embriaguez, que muchos ni siquiera pudieron intentar la fuga, y del modo más vergonzoso fueron muertos sin bullirse, o se pusieron ellos mismos en manos de los enemigos. Por este término sucedió que una misma ciudad fue tomada dos veces en un día, perdiéndola los que la tenían, y volviendo a perderla los que la habían tomado, por disposición de Camilo.