Cuando ya los Celtas se hallaban próximos en las inmediaciones del río Aniene, trayendo un bagaje muy pesado y abastecido con las presas, salió con su ejército, y le fue a acampar en un sitio sombrío que formaba muchas sinuosidades, de manera que la mayor parte de él estaba oculto, y lo que se veía parecía que de miedo se había ido a encerrar en lugares agrios. Queriendo Camilo fomentar todavía más esta idea en los contrarios, ni siquiera hizo oposición a los que junto a él talaban el campo, sino que fortificando el vallado se mantenía quieto en él, hasta que vio que los que quedaban en el campamento pasaban el día sin recelo, comiendo y bebiendo. Entonces, en medio de la noche, mandó primero las tropas ligeras para que estorbaran a los enemigos el hacer formación, y los inquietaran en el acto de salir, y al amanecer sacó la infantería, y la formó en el llano, en gran número y muy denodada, y no, como esperaban los bárbaros, escasa y sin aliento. Esto fue lo primero que hizo ya mudar de opinión a los Celtas, que esperaban no tener contrarresto en la batalla. Después, acometiéndoles las tropas ligeras, y no dejándoles reposo para tomar el orden acostumbrado y formarse por compañías, los precisaron a tener que pelear donde casualmente se halló cada uno. A la postre, moviendo Camilo con su infantería, ellos tendiendo las espadas se esforzaban a herir; pero los Romanos ocurrían con las picas, y parando los golpes con las defensas herradas, repelían el hierro de los contrarios, que era blando y de bajo temple, de manera que las espadas se mellaban y se doblaban, y los escudos se abrían, y después no podían sostenerse al retirar de las picas. Por esto, arrojando sus propias armas, procuraban ganar las de los contrarios, y apoderarse de las picas, cogiéndolas con las manos. Los Romanos entonces, viéndolos desarmados, usaron ya de sus sables, y hubo gran mortandad de los que estaban en primera línea, huyendo los demás por aquellos campos, porque Camilo había hecho tomar los collados y todas las alturas, y en cuanto al campamento, no teniéndole fortificado por la nimia confianza, se sabía que sería tomado fácilmente. Esta batalla se dice haberse dado veintitrés años después de la pérdida de Roma, y que de vuelta de ella tomaron mucho ánimo contra los Celtas los Romanos, que hasta entonces habían tenido gran miedo a los bárbaros, como que la primera vez más los habían vencido por las enfermedades v por casualidades extrañas que no por sus propias fuerzas. Era tan vehemente aquel miedo, que establecieron por ley que los sacerdotes estuviesn exentos de la milicia, a no sobrevenir guerra con los Galos.