Empezaban ya los Lacedemonios a mirar mal el incremento de los Atenienses; y Pericles, queriendo inspirar al pueblo grandes pensamientos y ponerle al nivel de grandes cosas, escribió un decreto, por el que a todos los Griegos que habitaban en Europa y Asia, así a las ciudades pequeñas como a las grandes, se les exhortase a enviar a Atenas a un Congreso diputados que deliberasen sobre los templos griegos que habían incendiado los bárbaros, sobre los sacrificios y votos hechos por la salud de la Grecia de que estaban en deuda con los Dioses, y sobre que todos pudieran navegar sin recelo y vivir en paz. Enviáronse con este objeto veinte ciudadanos mayores de cincuenta años, de los cuales cinco habían de convocar a los Jonios y Dóricos del Asia, y a los isleños hasta Lesbos y Rodas; cinco recorrieron los pueblos del Helesponto y la Tracia, hasta Bizancio; y cinco, desde el punto en que concluían éstos, a la Beocia, la Fócide y el Peloponeso; y además se extendía su misión por los Locrios y todo el continente inmediato hasta la Acarnania Y la Ambracia; y los restantes se encaminaron por la Eubea a los Eteos, al golfo de Malea, los Ftiotas, los Aqueos y los Tésalos, persuadiendo a todos que concurrieran y tomaran parte en unas deliberaciones que tenían por objeto la paz y la común felicidad de la Grecia. Mas nada se hizo, ni las ciudades concurrieron, por oponerse a ello, según es fama, los Lacedemonios, y por haber sido desde luego mal recibida la tentativa en el Peloponeso. Lo hemos referido, sin embargo, para que se vea el juicio y grandeza de pensamiento de Pericles.