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De los cinco consulados para que fue nombrado, en el primero triunfó de los Ligures, los cuales, derrotados por él con gran pérdida, se retiraron a los Alpes y dejaron con esto de saquear y molestar la parte de Italia que con ellos confina. Después ocurrió que Aníbal invadió la Italia, y habiendo conseguido una victoria junto al río Trebia, se encaminó a la Etruria, y talando el país, difundió el asombro, el terror y la consternación hasta Roma. Al mismo tiempo sobrevinieron prodigios, parte familiares a los Romanos, como los de los rayos, y parte enteramente nuevos y desconocidos. Porque se dijo que los escudos por sí mismos se habían mojado en sangre, que cerca de Ancio se había segado mies con las espigas ensangrentadas, que por el aire discurrían piedras encendidas e inflamadas, y que, pareciendo que se había rasgado el cielo por la parte de Falerios, habían caído y, esparcídose muchas tabletas, y en una de ellas aparecía escrito al pie de la letra: “Marte sacude sus propias armas”. Nada de esto intimidó al cónsul Flaminio, que, sobre ser por naturaleza alentado y ambicioso, estaba engreído con sucesos muy afortunados que antes, contra toda probabilidad, había tenido; pues que, a pesar del dictamen del Senado y de la resistencia de su colega, dio batalla a los Galos y los venció. A Fabio tampoco le conmovieron los prodigios, porque ninguna razón veía para ello, sin embargo de que a muchos les pusieron miedo; pero informado del corto número de los enemigos y de su falta de medios, exhortaba a los Romanos a que aguantasen y no entraran en contienda con un hombre que mandaba unas tropas ejercitadas para esto mismo en muchos combates, sino que, enviando socorros a los aliados y fortificando las ciudades, dejaran que por sí mismas se deshicieran las fuerzas de Aníbal, como una llama levantada de pequeño principio.

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