Fabio bien se percibió del engaño en la misma noche, porque algunas de las vacas que huyeron espantadas habían venido a dar en su poder; temiendo, sin embargo, alguna celada preparada a favor de las tinieblas, tuvo inmóvil el ejército sobre las armas. Luego que amaneció se puso en persecución de los enemigos y alcanzando la retaguardia, se trabó combate en terreno quebrado, por lo que en éstos era grande la confusión, hasta que Aníbal, haciendo salir de aquellas gargantas a los Españoles, más ejercitados en trepar por los montes, gente muy lista y de gran ligereza, los envió contra la infantería pesada de los Romanos, en la que hicieron bastante mortandad, y obligaron a Fabio a retirarse. Con esto crecieron las habladurías y el menosprecio contra él; porque no poniendo en las armas su confianza, sino aspirando a triunfar de Aníbal con la sagacidad y previsión, aparecía vencido y burlado con estos mismos medios, y queriendo Aníbal encender todavía más el encono de los Romanos contra Fabio, llegado que hubo adonde estaban sus posesiones, mandó que se talara e incendiara todo lo demás, y sólo a aquellas se perdonara, dejando una guardia que no permitiera destruir o tomar nada de lo que allí había. Todo esto fue anunciado en Roma, dándosele gran valor, levantando mucho el grito los tribunos de la plebe, a instigación principalmente de Metilio, que atizaba aquel fuego, no tanto por enemistad a Fabio, como porque teniendo deudo con Minucio, el maestre de la caballería, juzgaba que cedían en honor y aprecio de éste aquellos rumores. Había además caído en la indignación del Senado, por llevar éste a mal el tratado que acerca de los cautivos había hecho con Aníbal; porque le había otorgado que se canjearía hombre por hombre, y que si de la una de las partes era mayor el número, por cada uno de los que se entregasen se darían doscientas y cincuenta dracmas. Por tanto, cuando hecho el canje se halló que todavía le quedaban a Aníbal doscientos y cuarenta, el Senado resolvió no enviar su rescate, y se culpó a Fabio de que, contra toda razón y conveniencia, tratara de volver a Roma a unos hombres que por cobardía habían sido presa de los enemigos. Enterado de esta resolución Fabio, sufrió muy resignadamente el encono de los ciudadanos; mas no teniendo caudal propio, y no queriendo faltar a lo tratado, ni dejar abandonados a aquellos infelices, envió a Roma a su hijo con orden de que vendiera sus tierras y le llevara al punto el importe al ejército. Vendiólas éste, efectivamente, y vuelto allá con suma presteza, envió Fabio el rescate a Aníbal, y recobró los cautivos. Muchos de éstos quisieron remitírselo después, pero no quiso recibirlo de nadie, sino que lo perdonó a todos.