10

Asociando con el dictador para tan importantes negocios a Minucio, pensaron abatir y humillar a aquel, en lo que dieron muestras de conocer muy poco su carácter, porque no miraba como desgracia suya aquella ceguedad, sino que, al modo que Diógenes el sabio, diciéndole uno: “Éstos te escarnecen”, respondió: “Pues yo no soy escarnecido”, teniendo por dignos solamente de burla a los que se acobardan y turban con tales cosas, así también Fabio no se dio por sentido ni se incomodó por sí con aquella determinación, contribuyendo a demostrar lo que opinan algunos filósofos: que el varón recto y bueno no puede ser afrentado ni deshonrado. Lo que sí le afligía era el desacierto de la muchedumbre en lo tocante al bien público, dando facilidad para hacer la guerra a un hombre que adolecía de desmedida ambición. Temiendo, por tanto, no fuera que éste, enloquecido del todo con la vanagloria y el orgullo, se apresurara a hacer algún disparate, salió de Roma sin noticia de nadie, y, llegado al ejército, encontró a Minucio no moderado y tranquilo, sino displicente e hinchado, ansioso por mandar alternativamente cosa en que Fabio no quiso condescender; y lo que hizo fue partir las tropas con él, teniendo por mejor mandar sólo una parte que mandar el todo de aquella manera. Tomó, pues, para sí las legiones primera y cuarta, y dio a Minucio la segunda y tercera, y por el mismo término se repartieron las fuerzas auxiliares. Quedó Minucio muy orgulloso y contento con que la dignidad del mando más elevado y supremo hubiese sufrido aquella disminución y despedazamiento por consideración a él; pero Fabio le hizo la advertencia de que considerara que no era con él con quien había de contender, sino con Aníbal; mas que, con todo, si aun quería altercar con su colega, debía poner la atención en que no pareciese que el que había vencido con los ciudadanos y había sido de ellos honrado, cuidaba menos de su salud y seguridad que el humillado y ofendido.

Share on Twitter Share on Facebook