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La ciudad de los Tarentinos, que por traición había sido tomada, vino a su poder en esta forma: militaba bajo sus órdenes un joven Tarentino que en el mismo Tarento tenía una hermana muy fina siempre y muy amante de él. Estaba enamorado de ésta un Breciano, oficial de las tropas que Aníbal había puesto de guarnición en la ciudad, y de aquí le nació al Tarentino la esperanza de salir con su idea; para lo que, con noticia de Fabio, se encaminó a casa de la hermana, diciendo a ésta que se había fugado. En los primeros días el Breciano se estaba en su casa, por pensar la hermana que aquel ignoraba sus amores; pero muy luego le dijo a ésta el joven que allá le habían llegado las nuevas de que tenía amistad con un hombre ilustre y de poder; por tanto, que quién era éste; porque si era distinguido, como se decía, y de una conocida virtud, la guerra, que todo lo confunde, hace poca cuenta del origen, y que nada hay que deshonre cuando media la necesidad; antes, en tiempos en que la justicia anda decaída, es una fortuna tener de su parte al que dirige la fuerza. Con esto la hermana hizo llamar al Breciano y se le dio a conocer. Bien pronto el hermano se puso de parte de éste en sus amores, y aparentando que trabajaba por hacerle más benigna y condescendiente a la hermana, se ganó su confianza; de manera que le costó poco hacer mudar de partido a un hombre enamorado y que estaba a soldada, con la esperanza de grandes dones que le prometió recibiría de Fabio. Así refieren este hecho los más de los escritores; pero algunos dicen que la mujer que ganó al Breciano no fue Tarentina, sino Breciana, también de origen, y concubina de Fabio, la cual, habiendo entendido que era su compatriota, y conocido suyo el que entonces mandaba los Brecianos, se lo propuso a Fabio, y yendo a conversar con él al pie de los muros, logró atraerlo y seducirlo.

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