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Mientras se trataban estas cosas, maquinando Fabio llamar a otra parte la atención de Aníbal, envió orden a los soldados que estaban en Regio para que hiciesen correrías en el campo breciano, y, poniendo sitio a Caulonia, la tomasen por asalto. Eran éstos unos ocho mil hombres, desertores los más, gente de poco provecho, de los que de Sicilia habían sido deportados y notados de infamia por Marcelo, y de cuya pérdida poco sentimiento y daño había de resultar a la ciudad; esperó, pues, que poniendo a éstos ante Aníbal como un cebo, así lo echaría lejos de Tarento, lo que justamente sucedió, porque en su persecución corrió allá Aníbal con bastantes fuerzas. Al sexto día de sitiar Fabio a los Tarentinos, vino a él por la noche el joven que, ayudado de la hermana, tenía con el Breciano concertada la entrega, trayendo sabido y registrado el lugar donde el Breciano tendría el mando, y, cediendo, lo entregaría a los invasores. No dejó, sin embargo, que todo fuese obra de la traición, sino que, pasando él mismo al punto designado, esperó allí en sosiego, y, en tanto, el resto del ejército acometió a los muros por tierra y por mar, moviendo al mismo tiempo mucho ruido y estruendo, hasta que, acudiendo los más de los Tarentinos por aquel lado a auxiliar y socorrer a los que defendían las murallas, el Breciano hizo a Fabio señas de ser aquel el momento oportuno, y, subiendo con escalas, se apoderó de la ciudad. En esta ocasión parece que se dejó vencer del orgullo, porque mandó dar muerte a los principales de entre los Brecianos, para que no se viera tan a las claras que el tomar la ciudad no se había debido sino a la traición, con lo que no consiguió esta gloria e incurrió en la nota de perfidia y de crueldad. Murieron también muchos Tarentinos, y los que se vendieron fueron hasta treinta mil; la ciudad fue saqueada por el ejército, y en el erario entraron tres mil talentos. Recogíanse y llevábanse asimismo todas las demás cosas de precio, y preguntando a Fabio el amanuense qué mandaba acerca de los Dioses, diciéndolo por las pinturas y las estatuas, “Dejemos- le respondió- a los Tarentinos sus dioses, con ellos irritados”. Con todo, llevando de Tarento la estatua colosal de Hércules, la colocó en el Capitolio, y al lado puso una estatua suya ecuestre en bronce, mostrándose en esto menos avisado que Marcelo, y antes dando motivo a que se hiciesen más admirables la humanidad y dulzura de éste, según que en su Vida lo dejamos escrito.

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