Sus costumbres, con el tiempo, como no podía menos de ser en tan extraordinarios acontecimientos y en tantas vicisitudes de la fortuna, tuvieron grandes contrariedades y mudanzas; mas estando por su índole sujeto a muchas y grandes pasiones, las que más sobresalían eran la soberbia y la ambición de ser siempre el primero, como lo convencen sus hechos pueriles de que hay memoria. Luchaba en una ocasión, y viéndose muy estrechado por el contrario, al tiempo que hacía esfuerzos para no caer, levantó los brazos de éste, que le oprimían, y parecía que iba a comérsele las manos. Soltó entonces el contrario, y diciéndole: “Muerdes ¡oh Alcibíades! como las mujeres” “No, a fe mía- le replicó-, sino como los leones”. Siendo todavía pequeño jugaba a los dados en un sitio estrecho, y cuando le tocó tirar venía por allí un carro cargado; gritó al instante al carretero que detuviera el ganado, porque iban a caer los dados en el paso del carro; y como por rusticidad no hiciese caso y fuese adelante, los demás muchachos se apartaron: pero Alcibíades, arrojándose boca abajo delante del ganado y tendiéndose a la larga, le gritaba que pasase entonces si quería; de modo que el carretero, temeroso, hubo de hacer cejar, y los que presentes se hallaban, espantados, prorrumpieron en gritos y corrieron hacia él. Cuando ya se dedicó a las honestas disciplinas, oía con placer a todos los demás maestros; pero a tocar la flauta se resistía, diciendo que era ejercicio despreciable e impropio de hombres libres, y que el uso del plectro y de la lira en nada alteraba la figura y semblante que anuncian un hombre ingenuo, mientras que la cara de un hombre que hinche con su boca las flautas, apenas pueden reconocerla sus mayores amigos; y, además, que la lira resuena y acompaña en el canto al que la tañe; mas la flauta cierra la boca, y obstruye la voz y el habla del que la usa. “Tañan, pues, la flauta- decía- los hijos de los Tebanos, pues que no saben conversar; mas nosotros los Atenienses, como dicen nuestros padres, miramos a Atenea como nuestra soberana y a Apolo como nuestro compatriota, y es bien sabido que aquella tiró la flauta y que éste hizo desollar al que la tocaba”. Con tales burlas y tales veras se apartó Alcibíades a sí mismo y apartó a los otros de aquel estudio, porque luego corrió la voz entre los jóvenes de que hacía muy bien Alcibíades en desacreditar aquella habilidad y en burlarse de los que la aprendían; así enteramente fue ridiculizada la flauta y desterrada del número de las ocupaciones ingenuas.