Así trataba a los demás amadores: solamente a uno de la campiña, hombre, según dicen, de pocos haberes, y que todos los iba enajenando, como lo que le quedaba, que montaría a cien estáteres, lo presentara a Alcibíades y le rogara que lo recibiese, echándose a reír, y celebrando el caso, lo convidó a cenar. En el banquete, mostrándosele benigno le volvió su dinero y le mandó que al día siguiente excediera en la postura a los arrendadores de los tributos públicos, pujándoles las que hiciesen: resistíase el aldeano, porque el arriendo, decía, era de muchos talentos, más le amenazó que le haría dar una paliza si así no lo ejecutaba; y es que entonces tenía pleito con los asentistas en reclamación de algunos intereses propios. Fuese el aldeano de madrugada a la plaza, y añadió a la postura un talento. Los asentistas, indignados, se alían contra él y le mandan que presente fiador, dando por supuesto que no le encontraría; y efectivamente, él se quedó cortado, e iba a retirarse, cuando Alcibíades, que se hallaba a alguna distancia, gritó a las magistrados: “Escríbase mi nombre, porque es mi amigo y yo le fío.” Al oír esto los asentistas no sabían qué partido tomar, estando acostumbrados a pagar los primeros asientos con los productos de los segundos: así ninguna salida le veían a aquel negocio. Trataron, pues, con el aldeano de que se apartara, ofreciéndole dinero, mas Alcibíades no le dejó que se contentara con menos de un talento. Diéronselo aquellos, y él le mandó que lo tomara y se volviera a su casa: dejándole socorrido por este medio.