Desde luego se dedicaron muchos de los principales a seguirle y obsequiarle; pero era bien claro que la mayor parte de ellos no admiraban ni halagaban otra cosa que lo bello de su figura: sólo el amor de Sócrates nos da un indudable testimonio de su virtud y de su índole generosa. Advertía que ésta se manifestaba y resplandecía en su semblante; y temiendo a su riqueza, al esplendor de su origen y a la muchedumbre de ciudadanos, de forasteros y de aliados que trataban de apoderarse de él con sus lisonjas y sus obsequios, se propuso defenderlo y no desampararlo, como una planta que en flor iba a perder y viciar su nativo fruto. Porque en nada la fortuna le fue tan favorable, ni le pertrechó tanto exteriormente con los que llamamos bienes, como con 0haberle hecho por medio de la filosofía invulnerable e impasible a los dichos mordaces y cáusticamente libres de tantos como desde el principio se propusieron corromperle y retraerle de oír a su amonestador y maestro; y así es que, a pesar de todo, por la bondad de su índole hizo conocimiento con Sócrates, y se estrechó con él, apartando de sí a los ricos y distinguidos amadores. Entró, pues, muy luego en su confianza, y oyendo la voz de un amador que no andaba a caza de placeres indignos, ni solicitaba indecentes caricias, sino que le echaba en cara los vicios de su alma y reprimía su vano y necio orgullo, Como gallo vencido en la pelea, dejó caer acobardado el ala. Veía en esto la obra de Sócrates; pero en la realidad la reputaba ministerio de los Dioses en beneficio y salvación de los jóvenes. Desconfiándose, pues, de sí mismo, mirando a aquel con admiración, apreciando su benevolencia y acatando su virtud, insensiblemente abrazó el ídolo del amor, o, según la expresión de Platón, el contramor o amor correspondido. Maravillábanse todos, por tanto, de verle cenar con Sócrates y ejercitarse y habitar con él, mientras que se mostraba con los demás amadores áspero y desabrido; y aun a algunos los trataba con altanería, como a Ánito el de Antemión. Amaba éste a Alcibíades, y teniendo a cenar a unos huéspedes, le convidó al banquete: rehusó él el convite; pero habiendo encasa bebido largamente con otros amigos, fuese a casa de Ánito para darle un chasco: púsose a la puerta del comedor, y viendo las mesas llenas de fuentes de plata y oro, dio orden a los criados de que tomaran la mitad de todo aquello y se lo llevaran a casa; esto sin pasar de allí, y antes se retiró con los criados. Prorrumpieron los huéspedes en quejas, diciendo que Alcibíades se había portado injuriosa e indecorosamente con Ánito; más éste respondió: “No, sino con mucha equidad y moderación, pues que habiendo sido dueño de llevárselo todo, aún nos ha dejado parte”.