Dominando entonces en Samo los amigos de Alcibíades, enviaron a Pisandro a la ciudad para mudar el gobierno y alentar a los principales a ponerse al frente de los negocios y disolver la democracia, pues con estas condiciones les ganaría Alcibíades a Tisafernes por amigo y aliado: a lo menos éste fue el pretexto y la apariencia de los que establecían la oligarquía. Mas después que tomaron consistencia y se apoderaron del mando los llamados cinco mil, aunque no eran más de cuatrocientos, ya no se curaban gran cosa de Alcibíades, y hacían muy remisamente la guerra; parte por desconfianza que tenían de que aguantaran los ciudadanos aquellas novedades, y parte porque imaginaban que cederían los Lacedemonios, inclinados siempre y afectos a la oligarquía; y la plebe en la ciudad se estuvo, aunque de mala gana, sosegada por entonces, porque habían perecido no pocos de los que se opusieron a los cuatrocientos. Los de Samo cuando lo entendieron, irritados de aquel proceder, pensaron en dar al punto la vela con dirección al Pireo, y llamando a Alcibíades, a quien también nombraron general, le ordenaron que los condujese y acabase con los tiranos; mas éste no se manejó o condescendió como cualquiera otro que repentinamente se hubiera visto en tanta autoridad por el favor de algunos de sus ciudadanos, creyendo que debía complacer en todo y no rehusar nada a los que de fugitivo y desterrado lo habían hecho presidente y general de tantas naves y de tamañas fuerzas, sino que, como correspondía a un gran caudillo, hizo frente a los que sólo se gobernaban por la ira y los contuvo para no cometer un desacierto; con lo que indudablemente salvó entonces la república. Porque si, haciéndose al mar, se hubiesen restituido a casa, infaliblemente los enemigos habrían quedado dueños sin fatiga de toda la Jonia, del Helesponto y de las Islas; y Atenienses habrían tenido que venir a las manos con Atenienses, trayendo la guerra a su ciudad; lo que Alcibíades sólo impidió sucediese, no precisamente persuadiendo e instruyendo a la muchedumbre, sino yendo en particular a unos con ruegos y a otros con violencia. Sirvióle en esta ocasión Trasíbulo de Estiria con su presencia y sus gritos, pues, según se dice, era el que tenía la voz más fuerte entre todos los Atenienses. Otra segunda acción brillante hubo también entonces de Alcibíades, y fue que, habiendo ofrecido que las naves fenicias que estaban los Lacedemonios esperando, teniéndoselas prometidas el rey, o las atraería en su favor, o a lo menos negociaría que no se uniesen con aquellos, sin dilación navegó con este objeto; y se verificó que Tisafernes, aunque se apareció con las naves hacia Aspendo, no las unió, sino que engañó a los Lacedemonios: habiendo sido Alcibíades la causa de que no estuviese ni con unos ni con otros, y sobre todo de que no estuviese con los Lacedemonios, por haber enseñado al bárbaro que se desentendiera y dejara que los Griegos se destruyeran unos a otros: pues no podía haber duda en que unidas tan poderosas fuerzas a uno de los dos pueblos, éste quitaría enteramente al otro el dominio del mar.