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Fue disuelto a poco el gobierno de los cuatrocientos, por haberse agregado con ardor los amigos de Alcibíades a los que estaban por la democracia. Querían los de la ciudad, y habían dado orden para que Alcibíades volviese, mas él creyó que no debía hacerlo con las manos vacías y desocupadas, sino glorioso con alguna ilustre hazaña. Con este objeto navegó al principio por el mar de Cnido y Cos; mas habiendo llegado allí a su noticia que el Esparcíata Míndaro subía al Helesponto con toda su armada, en persecución de los Atenienses, se apresuró a dar auxilio a sus generales; y quiso la fortuna que llegase con sus diez y ocho galeras precisamente en el oportuno momento en que, habiendo caído unos y otros con todas sus naves cerca de Abido, y librándose combate, vencidos en parte y en parte vencedores, permanecieron en la lid cerca del anochecer. Con su aparecimiento en esta sazón hizo a ambos partidos equivocarse, inspirando confianza a los enemigos y miedo a los Atenienses; pero levantando luego insignia amiga en la capitana, cargó repentinamente a los Peloponenses vencedores, que seguían el alcance. Hízolos volver, e impeliéndolos a tierra, destrozó sus naves, hiriendo a muchos que escapaban a nado, sin embargo de que Farnabazo los protegía con infantería, y peleaba por salvarles las naves; finalmente, apresando treinta de los enemigos y conservando las propias, erigieron un trofeo. Con tan brillante y próspero suceso ardía por hacer de él ostentación con Tisafernes, para lo cual, haciendo prevención de presentes y regalos, y llevando el acompañamiento propio de un general, se encaminó allá. Mas no le salió como esperaba, porque difamado ya de antemano Tisafernes por los Lacedemonios, y temeroso de que por el rey se le hiciera cargo, juzgó que Alcibíades se le presentaba en la mejor coyuntura, y echándole mano, lo puso preso en Sardis, para desvanecer con esta maldad aquella acusación.

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